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La expansión de los parques solares fotovoltaicos ha transformado el sistema eléctrico en España, consolidando la energía solar como una de las principales fuentes de generación renovable.
Como beneficios importantes destacar que energía solar ha contribuido a la reducción de emisiones de gases contaminantes, ayudando a la descarbonización del sistema eléctrico y disminuyendo la dependencia de combustibles fósiles. También destaca por su bajo coste de generación, consolidándose como una opción accesible gracias a la reducción en los costes de instalación y mantenimiento. Esto último también se ha visto reflejado en una estabilidad el precio final de la Energía en los consumidores.
Sin embargo, este crecimiento también ha planteado desafíos técnicos y económicos que requieren soluciones estratégicas para los próximos años.
La infraestructura eléctrica destinada al transporte y distribución de la energía generada no ha avanzado al mismo ritmo que la capacidad de producción. Además, al tratarse de una generación localizada en un espacio y tiempo específicos, sujeta a las condiciones climatológicas, la demanda no siempre está alineada con la producción. Esto obliga a realizar ajustes técnicos constantes, ya sea modificando la generación, adaptando la demanda o incorporando fuentes de energía adicionales de alto coste, cuya amortización resulta compleja debido a su uso intermitente.
Aquí es donde el almacenamiento energético juega un papel clave. Durante los períodos en los que la producción solar fotovoltaica supera la demanda, contar con un sistema de almacenamiento resulta fundamental para optimizar el uso de la energía generada. Almacenar el excedente permite disponer de esta energía en momentos en los que la demanda supera la capacidad de generación, garantizando un suministro más estable y eficiente. Esta solución contribuye a la integración de las renovables en el sistema eléctrico y reduce la dependencia de fuentes de generación más costosas y contaminantes.
En la actualidad hay muchas formas de almacenamiento energético, algunas de ellas no precisamente hacen uso de la Electricidad.
El almacenamiento Térmico por ejemplo en sales fundidas, fluidos, o cualquier otro sistema capaz de guarda la energía calorífica, es muy útil para ser usada con posterioridad para la producción de electricidad a través de la vaporización y movimiento de una turbina, o para su uso directo en aplicaciones térmicas.
El almacenamiento de aire comprimido en cavidades subterráneas también permite el uso de esa energía acumulada a través de la Neumática.
Centrándonos en el almacenamiento eléctrico, existen diversas tecnologías clave para gestionar la energía de manera eficiente. Entre ellas, el almacenamiento electroquímico, a través de pilas y baterías, permite conservar la electricidad para su uso posterior, garantizando estabilidad en la red.
Otra solución es la producción y almacenamiento de hidrógeno verde, un gas obtenido mediante electrólisis que puede emplearse directamente como combustible en la industria y la movilidad, o transformarse nuevamente en electricidad mediante una pila de hidrógeno, proporcionando una alternativa limpia y versátil.
Por último, destaca el bombeo hidroeléctrico, una tecnología ampliamente utilizada para aprovechar los excedentes de producción eléctrica. Este sistema convierte la energía eléctrica en energía potencial al bombear agua a embalses elevados, liberándola posteriormente para generar electricidad mediante turbinas cuando la demanda lo requiere.
Todo lo mencionado hasta ahora se enmarca dentro del almacenamiento a gran escala, diseñado para operar en paralelo con las grandes plantas de producción. Aunque esta tecnología podría sustituir ciertas fuentes de generación no renovables y/o contaminantes de activación inmediata, su implementación conlleva costes de inversión elevados, lo que puede afectar su viabilidad económica. Esta inversión inicial puede repercutir directamente en el precio de la energía o, en el peor de los casos, generar pérdidas económicas si no se optimiza adecuadamente su integración en el sistema eléctrico. Por ello, es fundamental encontrar un equilibrio entre sostenibilidad, eficiencia y rentabilidad.
En este punto es donde entra en juego el Almacenamiento en instalaciones de Autoconsumo.
Con la entrada en vigor del Real Decreto 244/2019 de 5 de abril de 2019 se regulaban las condiciones administrativas, técnicas y económicas del autoconsumo de energía eléctrica en España. Este decreto complementaba el marco normativo del Real Decreto-ley 15/2018, que eliminó el conocido «impuesto al sol».
Desde ese momento comenzó una transformación profunda en el sector energético, en la que el consumidor no solo asumió un papel clave en la reducción de la demanda, sino que también comenzó a influir en la generación eléctrica. Su nuevo rol como productor, mediante la exportación de los excedentes no consumidos, le permitió participar activamente en el sistema eléctrico, aunque el impacto de estos excedentes en la red sigue siendo prácticamente insignificante a nivel cuantitativo.
La evolución del autoconsumo en los últimos años ha sido notable, con un crecimiento sostenido y acelerado. Sin embargo, si lo comparamos con la demanda eléctrica global, la proporción de energía autoconsumida sigue siendo aún reducida.
No toda la energía generada por una instalación de autoconsumo se consume en el mismo lugar donde se produce. Una parte significativa se vierte a la red como excedente, especialmente en momentos en los que la demanda local no coincide con la producción solar. Sin embargo, exportar excedentes no es la forma más eficiente de rentabilizar una instalación de autoconsumo, ya que, como se ha mencionado anteriormente, el valor de la energía solar en ciertas franjas horarias —especialmente al mediodía— puede ser muy bajo, e incluso negativo en mercados saturados.
El verdadero objetivo del autoconsumo es maximizar el uso local de la energía generada, ya sea mediante el consumo directo en las propias instalaciones (consumo interior) o a través del autoconsumo compartido, como ocurre en instalaciones colectivas conectadas a la red. Este modelo no solo garantiza un mayor ahorro económico, sino también una mayor independencia energética.
Además, es importante recordar que el vertido de excedentes en instalaciones de cierta envergadura (por encima de 15 kW) está sujeto actualmente a trámites administrativos complejos, que en muchos casos dificultan o incluso impiden su compensación económica. Esto ha llevado a muchos promotores a instalar sistemas antivertido, que bloquean automáticamente la inyección de energía sobrante, desperdiciando parte del potencial productivo de las instalaciones fotovoltaicas.
Es en este escenario donde el almacenamiento local cobra una importancia estratégica. La posibilidad de almacenar la energía sobrante para su uso posterior permite reducir vertidos, aumentar la autosuficiencia y mejorar el rendimiento económico de la instalación. Este protagonismo se ve reforzado por la notable bajada de precios y la maduración de tecnologías como las baterías de iones de litio, tanto en el ámbito residencial como industrial, que ya ofrecen soluciones viables, eficientes y rentables.
El sistema eléctrico necesita mantener un equilibrio constante entre la producción y la demanda en tiempo real. Cada vez que logramos reducir la cantidad de energía que debe circular por las redes de transporte y distribución, ayudamos a prevenir su saturación y a minimizar el riesgo de descompensaciones instantáneas. Estas descompensaciones son uno de los principales factores que pueden desencadenar cortes de suministro. En este contexto, el almacenamiento local actúa como una herramienta estratégica que permite absorber excedentes en momentos de baja demanda y liberarlos cuando más se necesita, estabilizando el sistema.
En situaciones de alta demanda —como las noches o picos inesperados de consumo— el sistema eléctrico debe recurrir a los mercados de capacidad o ajuste, donde el coste de la energía se dispara. Estas intervenciones encarecen considerablemente el precio final para el consumidor. Disponer de almacenamiento distribuido reduce la necesidad de activar estos mecanismos, al aportar energía de respaldo inmediata a nivel local.
Los excedentes de energía que no se autoconsume suelen volcarse a la red, pero su valor económico es cada vez más bajo, e incluso puede ser negativo en ciertas horas. Además, en instalaciones mayores de 15 kW —o en suelo no urbano— el vertido está sujeto a trámites administrativos complejos que, en ocasiones, imposibilitan su gestión y obligan a instalar sistemas antivertido. Esto implica una infrautilización de la capacidad productiva instalada, que podría evitarse mediante el almacenamiento local.
Contar con baterías integradas en una instalación de autoconsumo permite cubrir consumos prioritarios en caso de interrupciones del suministro, actuando como sistema de respaldo. Esto es especialmente valioso en instalaciones industriales o residenciales ubicadas en zonas con redes inestables o sensibles a incidencias.
En muchos casos, las instalaciones de gran tamaño se ven bloqueadas por la necesidad de obtener permisos de conexión a la red, un proceso que puede prolongarse durante meses o incluso quedarse sin resolver. En este tipo de situaciones, el almacenamiento se convierte en una alternativa eficaz para aprovechar la energía generada, sin necesidad de volcarla a la red. En entornos industriales, además, permite adaptar los consumos a franjas horarias más económicas o menos exigentes para la red.
Gracias al almacenamiento, es posible reducir la potencia contratada, evitando penalizaciones por picos de consumo puntuales. Por ejemplo, un hogar con 3 kW contratados podría alcanzar consumos de hasta 8,5 kW si dispone de una instalación fotovoltaica con batería que respalde esos momentos críticos. Esto reduce el coste fijo mensual de la factura, sin limitar la capacidad real de uso energético.
Las baterías actuales permiten programar la carga y descarga en función de los precios horarios de la energía. Así, se puede cargar la batería durante las horas más baratas (ya sea con fotovoltaica o red) y consumirla en momentos de mayor coste, maximizando el ahorro.
El concepto de almacenamiento compartido en microrredes o comunidades energéticas está creciendo, aunque su implantación se ve dificultada por una tramitación administrativa compleja y desigual. Aun así, representa una vía muy prometedora para dotar de autosuficiencia energética a barrios, comunidades de vecinos o polígonos industriales, además de aportar respaldo ante cortes. Eso sí, gestionar el uso responsable de la energía almacenada en estos entornos compartidos es un reto organizativo que debe abordarse con herramientas de control eficientes.
Una alternativa práctica al sistema fijo son las baterías portátiles, que pueden cargarse con excedentes solares y transportarse a lugares donde no existe conexión a red: viviendas aisladas, eventos, obras, o para recargar vehículos eléctricos. Esta versatilidad amplía el alcance del autoconsumo más allá del punto de generación.
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